Free counter and web stats

miércoles, 27 de julio de 2011

Yo me bajo en Atocha


“Nunca sentí ni pensé ‘aquí me voy a quedar’ hasta que llegué a Madrid”. Esta frase del libro “En carne viva” me sonó tan familiar que, cuando me planteé escribir un blog basado en la discografía de Sabina, pensé que no podía dejar de citarla.  En ese mismo libro decía también que “Madrid ha sido absolutamente insustituible en la medida en que yo, que nunca tuve una casa ni una provincia y siempre he sentido […] bastante desprecio por el patriotismo y, sobre todo, por el patrioterismo y la nostalgia de la infancia, sentí que aquí, en Madrid, estaba mi casa; que me habían hecho un hueco y que […] no me pedían el carnet ni me preguntaban el apellido ni cómo se llamaba mi padre ni cuánto dinero tenía. En Madrid se puede tener un amigo durante tres años sin saber su apellido o si vive en una casa de ricos o de pobres. Eso me deslumbró desde el primer momento”.
¿Y por qué dar tanta importancia a estas palabras? Pues porque hace unos años hice todo lo posible y lo imposible por no ir a vivir a Madrid y ahora es la ciudad donde me muevo como pez en el agua. Cuando me llegó la hora de ir a la universidad yo era, como dice el Genio, “una muchacha de provincias”, aunque sin maleta de cartón, por hallarse en desuso desde hace décadas. Una chica que cuando pensaba en Madrid sólo venían a su mente imágenes de gente corriendo por las escaleras del metro, en las proximidades de las paradas del autobús… en fin, un estrés que no podría soportar una chica criada en un pueblo que apenas llegaba a los 2000 habitantes.  Pero había que dejar el pueblo para estudiar, y había que decidir un destino.  Varias opciones pasaron por mi cabeza en pocos meses. Pero entre ellas no estaba Madrid. Para mí la capital era un gigante que me impresionaba demasiado como para osar adentrarme en sus profundidades. Así que Murcia fue la opción elegida. Motivos no me faltaban: una ciudad que conocía desde pequeña, la cercanía de una parte de la familia, un lugar cómodo para vivir, con la mayoría de las ventajas de Madrid y sin ninguno de los inconvenientes que yo le veía en aquella época. Y, además de todo eso, el clima y el tener la playa a una media hora de casa eran un añadido que decantó la balanza hacia el sur.
Pasé en Murcia 5 años, mientras estudiaba en la  universidad. Pero sin pretenderlo ni esperarlo se cruzó en mi camino un madrileño del que me enamoré y con el que comparto mi vida desde hace algo más de 4 años. Así que, lo que no había conseguido la oferta educativa universitaria lo consiguió el amor. La verdad es que fui adaptándome a Madrid poco a poco, con visitas de fin de semana. Pero llegó el momento de dar el gran salto y vivir allí, aunque no me sentía preparada. Me ayudó mucho el trabajo, ya que el primer empleo que tuve aquí fue como informadora turística, así que tuve que aprender muchísimas cosas en un par de semanas. No sólo estaba enterada de toda la oferta de ocio y cultura de la ciudad, sino que tuve que aprenderme de memoria los horarios de los museos, las estaciones de cada línea de metro, etc. Pero, gracias a eso, espabilé de golpe y aprendí que en Madrid sólo corre quien tiene prisa, que también se puede disfrutar de una puesta de sol en el templo de Debod, de una agradable lectura al sol en el Retiro, de una tarde de compras por Princesa, de una noche de copas por Huertas, de tapeo del bueno por la Latina, de un musical en la Gran Vía (ya tengo entradas para el estreno de “Más de 100 mentiras”)… Y, por supuesto, de un paseíto por Tirso de Molina, actual hogar del Flaco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario