Hoy ha sido día de huelga general en esta sala de espera sin
esperanza en la que se está convirtiendo España.
“Menuda noticia” pensaréis muchos. Pues bien, tenéis razón.
Pero este blog no es un blog informativo, para eso ya hay muchos. El mío es de
opinión y, hasta que no pasan las cosas, no puedo opinar sobre ellas. ¿Y qué tiene que ver la canción con la huelga?
Más tarde lo entenderéis.
Las huelgas generales son tan previsibles como el discurso
de navidad del Rey, como el último capítulo de un culebrón venezolano, como las
declaraciones de un futbolista tras perder un partido.
Los sindicatos suelen exagerar sobre el éxito de la
convocatoria y el gobierno suele quitarle importancia al asunto. ¿El resultado
real? Pues yo, como Aristóteles, pienso que la virtud está en el término medio.
Siempre ha pasado así. Recuerdo las clases de historia del instituto, en las
que leíamos crónicas cristianas y musulmanas sobre la Reconquista y parecía que
no hablaban de la misma batalla. Esto siempre ha sido así y siempre lo será.
Volviendo al tema, la huelga de hoy, como todas, ha sido un
triunfo para unos y un fracaso para otros. Eso tampoco es nuevo.
Si me habéis leído anteriormente sabéis que yo en política no me meto, o me meto lo justo. Apelo más bien al sentido común (que, como bien dicen algunos, es el menos común de los sentidos).
Si me habéis leído anteriormente sabéis que yo en política no me meto, o me meto lo justo. Apelo más bien al sentido común (que, como bien dicen algunos, es el menos común de los sentidos).
Está claro que la situación de este país es cada vez más
insostenible, que hay que hacer algo para que la cosa cambie. Pero… ¿Qué?
Subir
los impuestos sería una opción a tener en cuenta, siempre y cuando los sueldos
subiesen al mismo ritmo. Porque si cada vez hay más gente en el paro (muchos
sin cobrar ningún tipo de ayuda), cada vez se bajan más los sueldos, y al mismo
tiempo suben los precios de los alimentos, la gasolina, el agua, la luz, el
billete de transporte público, el IRPF, etc. ¿De qué vivimos? ¿Del aire?
La segunda solución es la de los recortes. Sí, pero no en
sanidad y educación, que son muy necesarias las dos. Ya podrían recortar un
poco más los sueldos de muchos altos cargos (sobre todo los que ni cumplen con
sus obligaciones), en pensiones vitalicias, en coches oficiales y dietas, en
teléfonos móviles pagados con fondos públicos… En fin, paro porque la lista
puede hacerse casi infinita.
Y si ninguna de las soluciones anteriores vale, ¿cómo lo
solucionamos? Pues no lo sé, señores. Ya les digo que yo no me meto en
política, y menos en economía. Que lo arreglen los que están cobrando por estar
en esos cargos públicos que se supone que se dedican a arreglar los problemas
del país.
Vuelvo a la huelga, pero no para hablar de los resultados,
sino para hacer una reflexión personal (o dos). Lo primero que me gustaría es
que aquellas personas que apoyan las huelgas (sea cual sea el motivo) respeten
la opinión de los demás. Los que intentan boicotear de forma violenta a los que
quieren ir a trabajar se olvidan de que la huelga es un derecho, no una
obligación. Ellos luchan por su libertad de elegir hacer huelga, pero a base de
pisotear el derecho a trabajar de los demás. Y eso, señores, no es libertad, es
falta de respeto. A mí me parece perfecto que cada uno elija su postura, sea la
que sea, pero todos deberíamos respetarnos mutuamente. Si no, estaremos
haciendo eso que tanto criticamos a los terroristas: intentar imponer nuestra
postura con violencia (salvando las distancias, claro está).
Otra cosa que me llama la atención es que mucha de la gente
que hace huelga adopta una posición totalmente pasiva. Me recuerda a las
huelgas que hacían los estudiantes en los institutos. Recuerdo ver a mis
compañeros tumbados en el parque y preguntarles: “¿por qué es la huelga? ¿Por
qué se protesta?”. Ellos respondían tan tranquilos: “No sé, pero por lo menos
así no hay clase” .
Esa actitud me molesta. Porque eso se puede justificar en
adolescentes irresponsables. Pero no en adultos a los que la madurez “se les
supone” (como el valor en la mili). Si quieres hacer huelga para protestar por
algo con lo que no estás de acuerdo, estupendo. Pero hay que ser coherentes.
Las huelgas no son días de vacaciones, en los que uno se va al parque a tomar
el sol o a una terracita a tomarse unas cañas. Porque para eso tenemos la
Semana Santa a la vuelta de la esquina. Si se hace huelga es para manifestar un
desacuerdo, y para hacerlo de forma activa. Porque, de lo contrario, me parece
una ofensa para esos ya famosos cinco millones de parados (o, por lo menos,
para muchos de ellos) que cada día se dejan la piel buscando un trabajo que no
llega y que es muy necesario para todos. Muchos de ellos darían lo que fuera
por conseguir el trabajo que vosotros aborrecéis. Así que, cuando penséis que vuestro trabajo es un asco y que estáis hartos de él, pensad que hay mucha gente que os envidia por el hecho de tener un empleo.
Para terminar de una forma un poco más distendida (me estaba
poniendo ya demasiado seria), cojo prestada una foto de hoy que me ha
encantado. La han publicado unos conocidos y me ha hecho reír, porque me he
sentido identificada. Algunos somos sabineros para casi todo. Hoy me han
demostrado que se puede ser sabinero hasta para hacer huelga. Gracias, Luis y
Paula ;)
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