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miércoles, 27 de julio de 2011

Qué demasiao'


Al escuchar esta canción me acuerdo inevitablemente de la recientemente fallecida Amy Winehouse. Aunque su vida no se parece mucho a la de El Jaro (a quien está dedicada la canción), no se puede negar que existen algunas coincidencias entre los dos personajes, como una vida complicada y una muerte prematura.
Sobre la vida del delincuente toledano conozco lo que he leído y lo que he oído contar en casa, pues un familiar mío estuvo de sacerdote en Villatobas, pueblo natal del delincuente juvenil, justo cuando él estaba en su época de máximo apogeo. Incluso intentó ayudarle a rehabilitarse. Pero se veía desde lejos que aquél era un caso perdido. José Joaquín Sánchez Frutos se crió en el seno de una familia desestructurada, con una madre alcohólica y frecuentes cambios de domicilio. Desde pequeño fue aficionado a delinquir. Según cuentan algunos testigos, a los ocho años forzaba la cerradura de su casa cuando su madre le dejaba encerrado para ir a pedir comida.
Desde muy pequeño lideró una banda con la que cometió robos, hurtos y atracos. Ingresó en un reformatorio en reiteradas ocasiones, llegando a fugarse de allí una quincena de veces. También estuvo en un centro tutelado de menores, pero aprovechó un permiso para visitar a su novia, embarazada, y volvió a juntarse con su banda para atracar un chalet en Madrid. Tras ser herido por la Guardia Civil en un enfrentamiento armado, provocado por el ataque a dicho chalet, fue trasladado a la cárcel de Zamora. Poco después participa de nuevo con su banda en un atraco en la calle Veracruz (entonces Toribio Pollán) de Madrid. Un vecino que presenció el acto, bajó a la calle con una escopeta y le disparó provocando su muerte. Recordemos que sólo tenía 15 años.

Amy se crió en los suburbios de Southgate (Londres). Sus padres (un taxista y una farmacéutica) le contagiaron el gusto por la canción, y desde los 9 años estudió teatro y música. La pequeña ya apuntaba maneras, pero a los 13 años fue expulsada de una escuela de teatro por “no aplicarse” y por llevar un piercing en la nariz. Y eso que sus profesores no sabían aún cuál iba a ser el aspecto de la cantante pocos años después.
Consiguió firmar su primer contrato con una discográfica con sólo 16 años (edad aproximada a la que murió el Jaro). Pero su extravagante modo de vida le jugaría malas pasadas. En 2008, Amy no pudo asistir a la entrega de los Grammy (ganó 5 estatuillas) porque el gobierno estadounidense le denegó el visado debido a “uso y abuso de narcóticos”. Después se reconsideró la decisión, pero el visado no llegó a tiempo y la artista tuvo que intervenir vía satélite desde Londres.
Aunque no se puede negar que Amy Winehouse tenía una voz prodigiosa, fue más famosa por su abuso de las drogas(que ha conllevado también depresiones y trastornos de alimentación) que por su carrera musical. No han sido pocas las veces que ha tenido que suspender sus conciertos por su lamentable estado físico, causado casi siempre por un exceso de drogas y alcohol. Y pocas tampoco han sido las ocasiones en las que la cantante ha sido reprendida por tener conductas poco apropiadas, como vagar por la calle medio desnuda, consumir droga en público o aparecer ebria en los escenarios.
Su vida se ha visto adornada también por un divorcio, una acusación por lesiones (de la que fue absuelta) y numerosos videos y fotos que han circulado por internet y que no la han dejado en demasiado buen lugar.
Igual que pasó con el Jaro, su vida fue, como diría el Gabo, la “crónica de una muerte anunciada”. Hace 4 días la policía encontró el cuerpo sin vida de la cantante en su domicilio de Londres. Hay versiones que aseguran que fue encontrada con vida pero que no se pudo hacer nada para salvarla de las garras de Tánatos. Sea como fuere, aún no hay una versión oficial sobre las causas de la muerte, aunque todo apunta a una supuesta sobredosis. Amy se suma de esta manera al club de los 27 junto con Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison o Kurt Cobain, entre otros. Tardaremos años en olvidar sus peinados, su exagerado maquillaje, su carácter impulsivo. Pero, por suerte, cuando todo eso se olvide, todavía nos quedará su voz. Para siempre.




Yo me bajo en Atocha


“Nunca sentí ni pensé ‘aquí me voy a quedar’ hasta que llegué a Madrid”. Esta frase del libro “En carne viva” me sonó tan familiar que, cuando me planteé escribir un blog basado en la discografía de Sabina, pensé que no podía dejar de citarla.  En ese mismo libro decía también que “Madrid ha sido absolutamente insustituible en la medida en que yo, que nunca tuve una casa ni una provincia y siempre he sentido […] bastante desprecio por el patriotismo y, sobre todo, por el patrioterismo y la nostalgia de la infancia, sentí que aquí, en Madrid, estaba mi casa; que me habían hecho un hueco y que […] no me pedían el carnet ni me preguntaban el apellido ni cómo se llamaba mi padre ni cuánto dinero tenía. En Madrid se puede tener un amigo durante tres años sin saber su apellido o si vive en una casa de ricos o de pobres. Eso me deslumbró desde el primer momento”.
¿Y por qué dar tanta importancia a estas palabras? Pues porque hace unos años hice todo lo posible y lo imposible por no ir a vivir a Madrid y ahora es la ciudad donde me muevo como pez en el agua. Cuando me llegó la hora de ir a la universidad yo era, como dice el Genio, “una muchacha de provincias”, aunque sin maleta de cartón, por hallarse en desuso desde hace décadas. Una chica que cuando pensaba en Madrid sólo venían a su mente imágenes de gente corriendo por las escaleras del metro, en las proximidades de las paradas del autobús… en fin, un estrés que no podría soportar una chica criada en un pueblo que apenas llegaba a los 2000 habitantes.  Pero había que dejar el pueblo para estudiar, y había que decidir un destino.  Varias opciones pasaron por mi cabeza en pocos meses. Pero entre ellas no estaba Madrid. Para mí la capital era un gigante que me impresionaba demasiado como para osar adentrarme en sus profundidades. Así que Murcia fue la opción elegida. Motivos no me faltaban: una ciudad que conocía desde pequeña, la cercanía de una parte de la familia, un lugar cómodo para vivir, con la mayoría de las ventajas de Madrid y sin ninguno de los inconvenientes que yo le veía en aquella época. Y, además de todo eso, el clima y el tener la playa a una media hora de casa eran un añadido que decantó la balanza hacia el sur.
Pasé en Murcia 5 años, mientras estudiaba en la  universidad. Pero sin pretenderlo ni esperarlo se cruzó en mi camino un madrileño del que me enamoré y con el que comparto mi vida desde hace algo más de 4 años. Así que, lo que no había conseguido la oferta educativa universitaria lo consiguió el amor. La verdad es que fui adaptándome a Madrid poco a poco, con visitas de fin de semana. Pero llegó el momento de dar el gran salto y vivir allí, aunque no me sentía preparada. Me ayudó mucho el trabajo, ya que el primer empleo que tuve aquí fue como informadora turística, así que tuve que aprender muchísimas cosas en un par de semanas. No sólo estaba enterada de toda la oferta de ocio y cultura de la ciudad, sino que tuve que aprenderme de memoria los horarios de los museos, las estaciones de cada línea de metro, etc. Pero, gracias a eso, espabilé de golpe y aprendí que en Madrid sólo corre quien tiene prisa, que también se puede disfrutar de una puesta de sol en el templo de Debod, de una agradable lectura al sol en el Retiro, de una tarde de compras por Princesa, de una noche de copas por Huertas, de tapeo del bueno por la Latina, de un musical en la Gran Vía (ya tengo entradas para el estreno de “Más de 100 mentiras”)… Y, por supuesto, de un paseíto por Tirso de Molina, actual hogar del Flaco.

martes, 26 de julio de 2011

Ahora que...


¿Por qué empezar a escribir un blog justo ahora? La pregunta no es esa. La pregunta es ¿y por qué no hacerlo? Es cierto que con esto de las nuevas tecnologías todo el mundo tiene a mano los medios para decir lo que piensa y que el resto del universo se entere. Por un lado, me gusta que las cosas sean así, que podamos expresar nuestras ideas libremente, que cualquier persona pueda exponer sus conocimientos y que éstos sirvan a los demás para aprender. Todas las personas tenemos algo que enseñar al mundo. Algunos, conocimientos increíbles. Otros son un magnífico ejemplo de lo que no hay que ser o hacer en la vida. Y el tercer grupo, en el que me incluyo, somos los que queremos desahogarnos y, si es posible, entretener a nuestros lectores, unas veces informando, otras formando (como nos enseñaron en la facultad de Periodismo) y otras, simplemente, comentando la última estupidez que circula por Facebook o Youtube. Quizá esta última fórmula sea la más difícil, porque ahora tenemos auténticos profesionales de la desfachatez y la ordinariez, de lo absurdo y lo estúpido. En dos palabras: del mal gusto. Y no estoy pensando en una sola persona, sino en muchas. Unas sin carrera, otras con un título de Periodismo colgado en la pared o a punto de conseguirlo. Pero la mayoría de ellos se hacen llamar “periodistas”, “redactores” o “reporteros”. Para mí sólo son fantoches mediáticos. Porque ser periodista es algo más que tener un diploma colgado en una pared. Es profesionalidad y rigor informativo, es sencillez y saber decir las cosas . Es saber atraer al público sin necesidad de contar trapos sucios ni insultar a nadie. Y es lo que voy a intentar hacer yo con este proyecto (espero conseguirlo). 
Así que, ahora que la vida está cada vez más difícil para nosotros los jóvenes, ahora que faltan tantos valores en nuestra sociedad, ahora que dispongo de tiempo libre, ahora que aún guardo fresca la emoción de ver a mi ídolo en concierto hace poco más de 20 días… ahora es mi momento. Y al que no le guste… ¡que no mire!

Ocupen su localidad


…y presten todos atención, a punto está de levantarse el telón. El telón bloguero, se entiende. 
La idea de crear este blog nació de la gran admiración que siento desde pequeña  por Joaquín Sabina. El Flaco, el genio de Úbeda, el gran poeta urbano. Ese que no deja indiferente a nadie. Ese que me ha hecho corear sus canciones desde que empecé a decir mis primeras palabras. Ese que ha marcado mi vida para siempre. Porque la mayoría de las niñas soñamos de pequeñas con ser grandes artistas, reputadas cantantes, bailarinas o actrices. Pero yo iba más lejos. Yo no quería llenar grandes locales de gente que viniese a verme. Ni muchísimo menos. Yo soñaba con hacerle los coros a un señor que por edad podría ser mi padre, que es el único que me ha hecho llorar en todos sus conciertos y que me ha enseñado a través de sus letras a ver más allá de lo superficial, de lo que se ve a simple vista. Me hubiese gustado acompañarle en giras y grabaciones de discos. Las canciones me las sé. Sólo me falta el talento que derrochan sus acompañantes: Olga Román, Marita Barros… (en esta ocasión estoy hablando de acompañantes  femeninas, que no se me enfaden los caballeros).
Así que, ya que la canción parece que va a ser mi vocación frustrada, me volcaré en escribir, que es otra de mis pasiones. Pero tampoco valgo para la poesía, la narrativa o la composición musical. Así que me centraré en escribir mi opinión sobre lo que me rodea, pero centrando mis temas en las canciones de Joaquín. Así se me hará más corta la espera, porque me gusta pensar que algún día tendré la oportunidad de conocer a mi ídolo, de demostrarle mi admiración y mi respeto. Algunos dicen que ese día se me caerá el mito y ya sólo será un hombre. Pero… ¡qué hombre! Que nadie crea que es fácil hacerse un hueco en la música como él lo ha hecho, con un público tan amplio y tan distinto. Lo mismo emociona a quinceañeros que a jubilados, a gente de clase alta y a los obreros más humildes. Ha vencido a las críticas y a la muerte (creo que, a veces, lo segundo es más fácil). Ha dejado atrás esa fama de vividor o, mejor dicho, de malvividor, para demostrarnos que es un hombre culto y con unos sentimientos hermosos. Y no sólo los tiene, sino que es capaz de expresarlos de una forma bellísima que me emociona como nadie.
Así que sirva este blog como pequeño homenaje a un gran genio. Sólo espero que las musas dejen un rato de lado a Serrat y se vengan conmigo.
Suenan las primeras notas, se encienden las luces… ¡salimos a escena!